Segundo. Contexto cultural materialista, narcisista y escandalosamente individualista hace que sea raro encontrar especímenes dedicados al servicio público por nobles razones, sin que su acción tenga como fin (mediato o inmediato, consciente o inconsciente) el beneficio personal. No obstante todo esto, en el mundo real de los universitarios, donde, con mucho pesar lo digo, prima en el ambiente la mediocridad simplona y el materialismo irracional, se ven (y no pocos) apasionados del conocimiento, sabios en ciernes que no se quedan en pasar los ramos en los tiempos previstos. Leen, aprenden, piensan, polemizan, leen, escuchan, convencen, cuestionan, leen, traducen, explican, enseñan y leen y leen.
También respiran el mismo aire de este ambiente chato algunos que ayudan y sirven a la gente, eso. De forma heroica, en cuerpo y alma ayudan al cuerpo y al alma de tantas y tantos. A hombres y mujeres, sanos y enfermos, nacidos y por nacer. Aquellos que se despiertan pensando en cómo hacer de este mundo un lugar mejor y se acuestan examinando qué hicieron en ese sentido. En nuestra fauna universitaria no es difícil notarlos: entre delegados, dirigentes, voluntarios y agentes de distintos grupos o asociaciones no se hace difícil empresa encontrar nobles intenciones y verdaderos deseos de ayudar. Son aquellos que su actuar y hablar denotan que lo que los mueve en la vida no son ellos, sino los demás
No cabe duda que los hay de los unos y los otros: admirables ejemplos ambos.
Qué alegría y qué envidia da a encontrar a aquellos que reúnen ambas características. Aquellos jóvenes profundos, cultos, estudiosos y preparados que se dedican a ayudar. Servidores públicos formados. Veinteañeros que conocen a Solzhenitsyn y no escatiman el tiempo para conversar una cerveza y aconsejar un amigo. Universitarios que no descuidando su formación profesional, luchan por combatir la pobreza en Chile (dejando de lado la discusión respecto a los medios), estudiantes que además de ayudantes son voluntarios del Techo o la Teletón o aquel que además de ser el primero del curso preside la juventud de un partido político y que uno al verlo creería que su día tiene 40 horas
.Son aquellos que quieren cambiar el mundo, pero dándole algo. No desde el vacío sino que desde su profunda y seria formación. Lo mejor de todo es que son humildes. Conocen de historia, de la vida de héroes y santos, están ciertos de sus limitaciones y miserias, pero se siguen formando y siguen actuando. Qué difícil ecuación logran igualar, qué difíciles formas de vivir logran equilibrar. Qué alegría cuando uno de estos logra una cátedra (de universidad o de catedral), un escaño, una presidencia, una gerencia, un centro de alumnos o un campeonato. Qué alegría y qué justicia. Y si eso produce alegría es porque no siempre ocurre, y cuando alzamos la vista al Congreso, al pizarrón o a la portada del diario vemos muchos:
1)“Formados que nunca sirvieron”: como aquel profesor, Doctor por de pronto, que en su cátedra acusa y despotrica pero que jamás hizo algo por Chile, o por algo que no engrosara su curriculum
.2) “Servidores que nunca se formaron”: como aquel diputado, de nobilísimas intenciones, que no aporta nada al debate, no porque no quiera, porque no puede. Y proliferan penosamente también, en los más diversos ambientes.
3) “Ni formados ni servidores”: como aquel diputado que parece haber nacido con el leitmotiv de la reelección y que prefiere 5 polaroids para la campaña que algún libro de Maritain o Havel o aquel impuntual profesor que ante su ignorancia frente a la pregunta de un alumno prefiere zafar con una evasiva o lisa y llanamente inventar, en vez de estudiarlo y responder a la clase siguiente o remitir a una fuente confiable.A levantar los ojos. A formarse. A actuar. A luchar para que algún día con los ojos en alto podamos ser forma(n)dos que actúan.
Juan Pablo Rodríguez Oyazún
Coordinador Derecho MGPUCV